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TESTIMONIO
por Jaime
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En unas sencillas palabras me gustaría trasmitir mi  experiencia y mis vivencias durante la Misión Parroquial llevaba a cabo en la Parroquia de la Asunción de Nuestra Señora de Campo de Criptana (Ciudad Real) durante el pasado mes de enero con nuestros inolvidables  y amigos, por siempre, los Misioneros Redentoristas.

Nuestra Fe por los avatares de la vida, de la cotidianeidad e indudablemente por una sociedad secularizada parece que está adormecida, como sin ganas,  igual que un ascua que está a punto de apagarse pero que no está apagada y todavía caliente. Esa ascua, que es nuestra Fe, necesita ser azuzada con un fuelle. Y ese fuelle han sido los Misioneros Redentoristas.

Entre los momentos vividos no puedo dejar de recordar los siguientes:

1º Encuentros familiares.
Los encuentros familiares en la casa de mis primas Teresa e Isabel Flores, devotas desde hace muchísimos años de la Virgen del Perpetuo Socorro y que por ellas conozco a los Misioneros Redentoristas y su revista Icono. En esos encuentros pudimos expresar de una forma amable, sencilla, y amigable como es nuestra Fe, como está, lo que significa, en lo que creemos, que es la Iglesia, quien es Jesús, etc.

Estos encuentros familiares han sido una experiencia muy positiva y enriquecedora. Me ha recordado como se juntaban las primeras comunidades cristianas para celebrar sus reuniones en las Domus eclesiae (palabra latina que significa “Asamblea” o “Casa iglesia”) que eran casas privadas en las que se reunían los primeros seguidores de Cristo para orar, para celebrar la Eucaristía,  para dar testimonio, para apoyarse,  etc.
En una de esas reuniones no olvidaré nunca la visita que nos hizo el P. Damián Montes que nos cantó y nos emocionó  a todos con un Padrenuestro flamenco que todavía tengo presente en mi retina y en mi alma.

2º En la escuela.
En el centro educativo, EFA Molino de Viento, donde ejerzo mi docencia,  se acercó el P. Domingo Sánchez para contar a los alumnos y a los profesores sus hazañas misioneras en Centroamérica y en África. Pudimos escuchar a un verdadero discípulo de Cristo que ha entregado lo mejor  que tiene, como es  su vida, a Cristo, a la Iglesia y a los todos los hombres del  Mundo para dar a conocer la Buena Nueva del Evangelio.

Todos los hombres y mujeres estamos necesitamos del mensaje de Amor del Evangelio, y aunque el moderno o postmoderno hombre actual, con su suficiencia científica y tecnológica, no lo quiera reconocer, necesita a Dios, así como  de su bondad, de su misericordia, de su cariño y  de su Amor desprendido sin medida como en la parábola del Hijo Pródigo  (Lucas 15, 3.11-32).

También en el Colegio Público Virgen de la Paz puede ver como los niños de 6º de Primaria abrazaban con júbilo y alegría a nuestro cantante  y misionero P. Damián Montes. Ese momento supuso para mí  ver como las palabras del evangelista  Marcos se hacían realidad: “Dejad que los niños vengan a mí; no se lo impidáis, porque de lo que son como éstos es el Reino de Dios. Yo os aseguro: el que no acoja el Reino de Dios como un niño no entrará en él” (Marcos 10, 14-15).

3º En la Iglesia Parroquial.
En la Iglesia Parroquial celebrando en común unión con mis vecinos sentí una gran dicha. Celebraciones llenas de amor, de vida, de alegría, en definitiva del Evangelio.

Vivir la Fe de esa forma es como lo quiero hacer y sentir siempre. Una Fe alegre, simpática, vivida, sentida, trasmitida y por supuesto razonada. La Fe y la Razón siempre me acompañan en mi devenir. Algunos pensarán que existe una lucha sin cuartel entre la Fe y la Razón, cosa que no es así. La Fe me lleva a la Razón y la Razón me lleva a la Fe  a través de un diálogo y una búsqueda permanente que hacen que me adentre cada vez más profundamente  en los misterios de la vida, de la muerte y de Dios.

Para despedirme me gustaría dar las gracias los Misioneros Redentoristas por estos grandes días de Misión vividos y  así expresar una parte de mis sentimientos con este poema de mi querido amigo P. Valentín Arteaga.

Dios sólo
Desde esta soledad acumulada
te alzo mi oración hoy suplicante.
Señor, aquí me tienes, esta hora
de abandono de todos y mí mismo.

Tú solo me rodeas, me sostienes,
me das tu compañía y, sin saberlo,
no estoy abandonado de ninguno
ni menos aún de mí, porque me amas.
Al mismo tiempo solo y habitado
de Ti y de los demás, yo te suplico
con esta mi oración que Tú me dictas

te busque siempre, Dios; que no me canse;
que esté junto a mí mismo cuando tenga
tu sola soledad en mi plegaria.

Valentín Arteaga